Cuando el Do prevalece sobre el Jutsu
Practico artes marciales desde hace 33 años y Shiatsu desde hace sólo 20 años. Durante años estuve obsesionado por estudiar y aprender, lo que sigue siendo el caso, pero en menor medida. He buscado y sigo buscando enfoques y técnicas que me permitan ser eficaz en el tratamiento de los problemas que encuentro. Pero al seguir este camino me he encerrado en la técnica (jutsu) haciendo, si se quiere, una especie de Shiatsu-jutsu. Por supuesto, el bagaje marcial me permitió distinguir bastante pronto los principios fundamentales del Shiatsu. Que conste que los principios sustentan a la técnica y no al revés. Trabajando sobre los principios, fui abandonando poco a poco las técnicas, para dejarme llevar más por la inspiración de las manos y del cuerpo. Finalmente, como en un juego de Tetris, vi las piezas del rompecabezas formando un cuadro cada vez más vasto y profundo del Shiatsu, y aún no ha terminado. Al trasladarme a vivir en África, tuve que ralentizar mi ritmo de trabajo, lo que me permitió sumergirme más en la lectura y la meditación. Cuando reanudé los tratamientos en Francia en los últimos 8 meses, noté que mi técnica había cambiado. Al principio un poco sorprendido, dediqué algún tiempo a analizar qué había cambiado y en qué medida. Como en el deporte, las variaciones en la intensidad del trabajo, las pausas, pero también todos los demás aportes, nutren la práctica. Por eso el Shiatsu es un Camino (Do). A medida que pasan los años, uno va descubriendo cada vez más capas de lo que ya sabe, pero de forma superficial. Después de 20 años de trabajo y estudios intensivos, es posible sentir las direcciones en las que nos empuja el Shiatsu, pero imposible saber adónde nos lleva. Esto es recorrer el Camino. Y lo más maravilloso es comprender que este viaje no tiene fin.
¿Por qué?
Porque la técnica es un fin en sí misma y siempre conduce a un callejón sin salida una vez adquirida. En ese momento uno da vueltas en círculo, se aburre y, finalmente, se agota, se pierde la pasión. Esto es lo que he constatado a menudo entre fisioterapeutas y osteópatas después de 20 o 30 años de trabajo. En cambio, un Camino nos lleva a descubrir al ser humano que somos, un camino hacia el interior.
En realidad, para llegar hasta ahí tenemos que hacer un doble viaje: el que nos hace caminar por la superficie del mundo para encontrar maestros y aprender cosas nuevas, y el que nos hace entrar en nosotros mismos para hacer resonar nuestro arte en todas las capas de nuestro ser. Y hay tantas capas, con tantos matices y evoluciones según la edad, el lugar, el clima, la comida, las emociones y los encuentros, que tenemos la impresión de que no tiene fin. Esto nos permite viajar sin límites, cada vez más lejos y, sobre todo, cada vez más profundo. En consecuencia, progresamos, nunca nos aburrimos y aumentamos cada vez más nuestro aliento interior.
Shu, Ha, Ri
Ya he tocado estos temas en varias ocasiones, pero repasemos una vez más las tres etapas del aprendizaje de cualquier arte, tal y como las han definido acertadamente los japoneses.
- Shu: Al principio, imitas a tu maestro, intentando de alguna manera copiar los movimientos y decodificar las teorías. Esto dura tantos años como necesite cada persona, más para aquellos que siguen varias escuelas, hasta que se sienten dignos de asumir el papel de shiatsushi y se atreven a empezar a practicar.
- Ha: Esta es la etapa en la que se ensaya, en la que uno se pone a prueba y en la que se empiezan a ordenar las técnicas, utilizándolas en el tatami. Es la fase de integración a través de la práctica. Se podría comparar con el trabajo negro en la alquimia. Son años de trabajo sin otro objetivo que practicar y experimentar lo aprendido. También es el comienzo del pulido de la técnica y la personalidad, pasando poco a poco de estudiante a practicante.
- Ri: Finalmente, surge un principio de madurez y podemos empezar a enseñar. Los conceptos se vuelven más claros y la técnica se ha probado mil veces. Hemos descartado lo que no nos sirve, lo que nos es superficial o con demasiados detalles, para empezar a simplificar y a caminar hacia la esencia de nuestro arte. La siguiente parte del viaje interior consiste en pulir el gesto, el espíritu, el alma, para fundirnos y hacernos uno con los principios inmemoriales de la medicina oriental.
Estos tres pasos son bien conocidos por los practicantes de artes marciales, pero mucho menos por el público del Shiatsu. Por supuesto, en realidad, no hay límites claros en el Shu Ha Ri, y a menudo se superponen, se cruzan y se enredan. A veces uno tiene la impresión de empezar de cero cuando conoce a un nuevo maestro, aunque esto nunca sea del todo cierto. Además, cada una de estas tres etapas de comprensión no es similar de un individuo a otro. Todo depende del compromiso y de la cantidad de trabajo realizado. Pero el Shu Ha Ri son etapas comunes a todos aquellos que comprenden que no están estudiando o practicando una técnica, sino siguiendo un Camino.
KotaÏ, Jutaï, RyutaÏ y KitaÏ
Dentro de las tres etapas anteriores, se puede empezar a entrar en profundidad distinguiendo otras nociones que son igual de apasionantes de explorar. Estas nuevas etapas representan la forma de abordar la técnica.
Kotai: se traduciría literalmente como «cuerpo duro». Se trata de un trabajo duro, en el que se tiende a presionar demasiado o a utilizar demasiado los músculos del cuerpo. Es lo que se hace cuando se es principiante y aún no se conocen sus límites en términos de fuerza, resistencia en el tiempo, gasto energético y mental. El Kotaï también puede ser una elección de trabajo muy útil ante determinados tipos de acciones o problemas con los que uno se encuentra. Por último, es elección de ciertas escuelas el trabajar de esta manera. Sin embargo, no hay que equivocarse: trabajar duro no significa ausencia de flexibilidad. Es como con los huesos que sostienen la estructura humana. Son fuertes y poderosos, pero afortunadamente tienen cierta flexibilidad que les impide romperse con cada impacto. En consecuencia, el trabajo duro tiene una redondez que le permite pasar, sin sentir nunca que es duro. Este trabajo es típico de las escuelas de Shiatsu marcial.
Jutaï: literalmente «cuerpo suave». El trabajo suave requiere un enfoque diferente de la técnica, que la hace más suave, más redonda aún. Por defecto, suele ser el trabajo de la persona que carece de confianza en sus comienzos, que no se atreve a presionar con fuerza, lo que suele ocurrir con alumnos muy fuertes que tienen miedo de hacer daño, o con personas débiles. Pero más adelante, la persona que domina el trabajo suave comprende que debe ser incisiva, sin concesiones. Para retomar la imagen anterior del cuerpo humano, podría tratarse de los músculos. Los músculos son blandos en comparación con los huesos, pero los movimientos que crean son inconfundibles, claros, bien dirigidos y pueden endurecerse en cualquier momento. El error es trabajar suavemente, pero sin potencia, de lo contrario se obtiene una técnica blanda, sin energía y, sobre todo, sin resultados. Este es el trabajo típico de Masunaga, que, con suavidad, presionaba profundamente y sin adornos para evitar el dolor. Era necesario ir al corazón del dolor.
Ryutaï: literalmente «cuerpo libre». Esta vez el trabajo es libre, las técnicas pasan de duras a suaves, pero también de profundas a superficiales, de rápidas a lentas, mezcla de paradas y reinicios, se vuelve staccato para pasar a pianissimo. El practicante juega con todos los registros técnicos que conoce, inventa otros, compone verdaderamente una sinfonía guiada por el corazón e interpretada por las manos sin siquiera pensar en ello. La ventaja de esta etapa es que puede elegir lo que quiere hacer. Para el practicante es una etapa de placer, casi de juego, que se equilibra por la escucha y el conocimiento de los efectos de cada movimiento, la profundidad de la presión, el ritmo. Es el principio de la maestría. Para seguir con la metáfora del cuerpo, una vez que los huesos y los músculos trabajan juntos, se puede jugar, bailar, hacer acrobacias y surge la alegría.
Kitaï: literalmente «cuerpo energético». Esta vez el cuerpo del practicante es uno con su energía. Y a través de esta energía, accede a las profundidades del receptor. Es una especie de segundo tiempo en el que el practicante ya no hace lo que quiere, sino que realiza lo que el cuerpo del receptor espera. Para ello, la técnica es guiada por una escucha intensa y constante, lo que ofrece una reactividad instantánea a lo que siente en el otro. Esta conexión de energía de uno al otro difumina los límites corporales. Todos los practicantes avanzados están familiarizados con esta sensación en la que los dos son uno, en la que uno puede trabajar en el otro mientras trabaja en sí mismo, manteniéndose cada uno independiente del otro. Para terminar con la metáfora del cuerpo, es el momento en el que uno conoce tan bien al otro que ya no es necesario moverse ni hablar. Una mirada basta para comprenderse y saber lo que el otro necesita.
Por supuesto, una vez más, los límites entre los distintos tipos de trabajo no son claros ni absolutos, y siempre hay una forma de volver a uno u otro. Pero a medida que pasan los años, cada etapa se hace más evidente.
En mi experiencia, pasamos todo el tiempo por Shu Ha Ri y en cada uno de estos tres niveles experimentamos el trabajo duro, el suave, el libre y el energético. Aunque cada escalón en nuestra progresión no siempre está claro en cuanto a su comienzo o final, estoy convencido de que necesitamos pasar por todos ellos. El principiante que soy conoce el trabajo que va de lo duro a lo energético, experiencia que hice cuando aún estaba en la escuela. El practicante que soy ha experimentado estos mismos cuatro tipos de trabajo, durante las decenas de miles de horas al servicio de la gente. Y como profesor, hago lo mismo en cada clase, en cada taller.
Para ser más claro, al principio puedes enseñar llevado por el entusiasmo y forzar a los estudiantes a ir rápido. Con el tiempo, suavizas la enseñanza y luego empiezas a jugar con tu público. Finalmente, no dices nada, muestras todo, siendo capaz de llevar a los alumnos adonde quieres que vayan.
Algunas conclusiones provisorias
Es importante entender o deducir varias cosas de todo esto. En primer lugar, que sólo estamos hablando de un primer grado de profundización del arte del Shiatsu y que su Camino nos promete mucho más. En segundo lugar, que cuando uno tiene la impresión de no tener más éxito y de volver a una forma más básica o dura, esto no es necesariamente la señal de un retroceso, sino que puede ser el paso de una de las etapas del Shu Ha Ri. Así que no tortures demasiado tu mente ni te culpes. Debes seguir practicando, más y más, apoyar los dedos, retomando lo básico, trabajando contigo mismo y con los demás.
Luego, cuando encuentras una técnica que funciona bien, puedes estar contento contigo mismo, pero en ningún caso debes detenerte ahí, porque eso sería poner fin a tu progreso. No aferrarse a esa técnica y seguir caminando en la maravilla y la alegría que entrega el Camino del Shiatsu, ahí reside la fuerza del adepto.
También es importante darse cuenta de los momentos en los que uno practica eligiendo el arte y la manera, lo que es completamente diferente a cuando uno trabaja de una determinada manera por falta de elección, por falta de herramientas o de conocimientos.
Y, de nuevo, aún no he hablado del tiempo que se necesita para pasar de un nivel a otro, de las pruebas que la vida y los pacientes nos aportan para ayudarnos a progresar, de las mesetas sin progreso, que son como travesías del desierto; las hay para todos los practicantes y para todos los niveles.
Así, el aprendiz es siempre un practicante, el practicante es siempre un maestro y el maestro es siempre un eterno principiante. Shoshin.
¡Buena práctica!
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