El trauma suele ser el resultado de una experiencia personal excepcionalmente estresante, a la que las posibilidades y recursos del individuo son insuficientes para hacer frente. Deja huellas duraderas en la personalidad, el alma, el cuerpo y en el sistema energético. Este último puede proporcionarnos valiosas pistas sobre la mejor manera de tratar con Shiatsu a las personas traumatizadas. Porque las huellas muestran un cierto modelo: la matriz del trauma. Esta es la primera parte de un artículo muy interesante de Mike Mandl, que les animamos a leer.
El término «trauma» procede del griego τραῦμα y significa «herida». En casi 30 años de práctica del Shiatsu, he tenido la oportunidad de tocar muchos de estos traumas en diversos contextos. He dado clases de Shiatsu en un servicio hospitalario de psicosomática infantil. Las historias de estos pequeños pacientes casi pueden partirte el corazón. Violencia. Abuso. Negligencia. Historias aún más dramáticas me fueron contadas en el marco de un proyecto de la Academia Internacional de Hara Shiatsu. Se trataba de tratar a refugiados para ayudarles a integrarse. Sus antecedentes incluían guerras, asesinatos, violaciones masivas, torturas y la pérdida de toda su familia. Mi trabajo en el servicio de readaptación de una gran clínica, donde se hacía hincapié en los traumatismos físicos que se resistían a la terapia, simplemente porque el componente psicológico no se tenía suficientemente en cuenta en el enfoque convencional, fue mucho menos estimulante desde el punto de vista emocional, pero no por ello menos apasionante.
Todas estas actividades me han llevado a una intensa exploración del concepto de trauma y, por lo tanto, a un viraje en mi práctica, en la que he podido explorar una mayor variedad de este tema tan existencial, desde el tratamiento de grupos de autoayuda en casos de incesto hasta el acompañamiento de enfermos terminales, pasando por el trabajo con los traumas más frecuentes que pueden producirse en la vida de una persona.
Y no se trata sólo de mi esencia. En sí, sólo podemos predecir vagamente qué acontecimientos provocarán traumas a qué personas, porque son muchos los factores que codeterminan si una herida profunda en la estructura de la personalidad se manifestará a largo plazo, o no.
Esto depende del proceso individual de evolución, del carácter, la inmunidad psicológica y emocional, la estabilidad de las circunstancias vitales, los recursos disponibles, la resiliencia, el poder regulador del sistema nervioso, la edad, la etapa de la vida e incluso de la capacidad de dar un sentido más profundo a la propia vida o del vínculo con la fe o la espiritualidad. Además, hay muchos otros factores que influyen.
No todo es trauma
Es un enfoque anticuado que el trauma deba ser siempre el resultado de un acontecimiento trágico o abrumador. Por supuesto, los accidentes graves, la exposición a la violencia o las catástrofes naturales tienen un alto potencial traumático. Un acontecimiento aislado (trauma de tipo I) puede ser tan impactante, tan estresante en su intensidad, que a la persona no le sea posible afrontar directamente la situación correspondiente, ni siquiera después. Sin embargo, experiencias vitales mucho menos graves también pueden provocar un trauma, donde el impacto sentido y la sintomatología apenas difieren. Si una serie de experiencias negativas con fuerte carga emocional se mantiene durante un largo periodo de tiempo, puede dejar huellas tan profundas en el cuerpo y la mente (trauma de tipo II) como un único acontecimiento impactante. Muchos de estos traumas de Tipo II se desarrollan durante la infancia, porque los niños tienen muchos menos medios que los adultos para hacer frente a situaciones difíciles. En mi práctica, he observado un aumento constante del número de clientes que sufren traumas de tipo II, especialmente tras el inicio de la crisis de CoVid, seguramente porque el contexto de la crisis de CoVid contenía todos los ingredientes necesarios para hacer aflorar traumas latentes.
No obstante, me gustaría trazar aquí una clara línea divisoria. El término trauma se utiliza a menudo de forma inflacionista e irreflexiva en el vocabulario general y en los medios de comunicación.
Parece estar de moda tener un trauma y nos apresuramos demasiado a hablar de trauma por divorcio o un trauma en el lugar de trabajo, cuando las personas atraviesan circunstancias vitales difíciles. Sin embargo, las situaciones estresantes no tienen por qué conducir necesariamente a un trauma si uno sigue siendo capaz de actuar a pesar del estrés y si incluso puede beneficiarse de él a largo plazo. Este uso generalizado de la palabra es injusto para todas aquellas personas que han sufrido experiencias traumáticas realmente graves y padecen síntomas traumáticos significativos. Lo mismo ocurre con los términos «depresión» o «agotamiento profesional». Hay una gran diferencia entre un estado de ánimo bajo y una depresión real, del mismo modo que hay una gran diferencia entre la fatiga y el burnout real.
El Yin y el Yang del sistema nervioso
Independientemente de la situación personal y de la historia de cualquier proceso traumático, éste afecta a nuestro sistema nervioso de una forma muy específica. Desde la perspectiva de la MTC, el sistema nervioso autónomo tiene un aspecto yin y otro yang. El aspecto Yang está representado por el sistema nervioso simpático. Nos pone en un estado de mayor actividad. Controla nuestro potencial de despertar.
El sistema nervioso parasimpático representa el aspecto Yin. Es responsable de todas las formas de apaciguamiento. Al igual que ocurre con el Yin/Yang, un cambio dinámico y rítmico entre estos dos aspectos es la expresión de un equilibrio saludable, y este cambio debe producirse dentro de un cierto margen de tolerancia. Para comprender este proceso, podemos trabajar con una imagen: hay un techo y un suelo. Si las fases de activación y relajación tienen lugar dentro de estos límites, todo va bien. La amplitud de estos límites es de nuevo una cuestión individual, pero determina nuestro grado de resistencia al estrés y nuestra capacidad de resiliencia. Si la distancia entre el techo y el suelo es pequeña, la amplitud puede atravesar rápidamente el techo o el suelo. En cambio, si la distancia es grande, hay suficiente margen de tolerancia para absorber incluso niveles elevados de estrés. Esta ventana de tolerancia se configura principalmente en los primeros años de vida, sobre todo por la relación con los cuidadores cercanos.
Lo característico de un acontecimiento traumático es que el sistema nervioso simpático entra en sobrecarga. Una amenaza de cualquier tipo activa un mecanismo de lucha, huida o paralización, más allá de su umbral de tolerancia, imposibilitando cualquier forma de control consciente. El resultado es un sentimiento de impotencia. Una sensación abrumadora que no deja margen de maniobra. El sistema nervioso simpático bombea energía al cuerpo, pero no puede convertirla. Es como buscar alta tensión en un sistema de conducción que no está diseñado para ello. El sistema de conducción está completamente sobrecargado. Los fusibles saltan. La tragedia del trauma es que incluso cuando la situación desencadenante ha terminado, la señal de relajación del cuerpo sigue ausente. La afección comienza a manifestarse, empezando en el sistema nervioso y avanzando por el cuerpo, la mente y el alma. Aquí es donde se puede arraigar y tener consecuencias profundas en toda la forma de vida, durando años o incluso décadas. Las personas afectadas suelen integrarse normalmente en la vida cotidiana, pero para ellas no es una vida cotidiana normal. Es un gran reto. Es como conducir con el freno de mano puesto. Se puede hacer. Pero con mucho más esfuerzo y fricción.
Por supuesto, se trata de una representación muy simplificada de un proceso traumático, pero los mecanismos cruciales se comportan de esa misma manera y nos ayudan a comprender el trauma desde el punto de vista del Shiatsu.
Estructura energética del trauma
Vinculado a los mecanismos primarios de supervivencia, el sistema nervioso actúa de forma característica, cualesquiera sean los distintos factores desencadenantes. Nuestro sistema energético también muestra patrones específicos, porque el cuerpo y nuestro sistema energético son indisociables. Se trata de una reacción en cadena que empieza por los Riñones. Según la MTC, cualquier forma de incertidumbre, miedo o shock afecta a nuestros Riñones. Estos, a su vez, activan el órgano asociado, la Vejiga, que controla el sistema nervioso simpático a través del recorrido de su meridiano. La Vejiga activa el modo de «lucha o huida», un proceso perfectamente normal. Dentro de los límites de tolerancia, el sistema puede volver a regularse. Pero la situación es muy diferente en caso de trauma.
La energía de la Vejiga se dispara como una flecha hacia arriba. La energía renal se hunde en el sótano. Una sobreactivación masiva acompañada de un miedo profundo. Esta es la situación inicial.
La Vejiga tiene demasiada energía y el Riñón muy poca. La tensión continua en el meridiano de la Vejiga hace que el umbral de excitación del sistema nervioso central sea mucho más bajo que antes del acontecimiento traumático. Este fenómeno suele ir acompañado de un estado de hipersensibilidad, que puede reactivar el estado de ansiedad almacenado en los Riñones, incluso en respuesta a pequeños estímulos.
Es lo que se conoce como hiperactivación. Incluso desencadenantes supuestamente insignificantes, como un sonido concreto, un efecto luminoso específico, un olor, un mensaje o una fotografía, pueden desencadenar un estado de excitación desproporcionado. Este estado cuesta una enorme cantidad de energía, que se extrae de los riñones, nuestra reserva de combustible Jing.
(Continuará…)
Autor
- Tocar el trauma, comprender el trauma – parte 1 - 24 August 2023