La definición de coraje varía mucho en diferentes épocas, sociedades y culturas, pero en este artículo nos interesa el coraje en nuestro arte del Shiatsu. ¿Se necesita coraje para practicar el Shiatsu? ¿Existe un coraje del practicante y un coraje particular del receptor? ¿El tratamiento requiere dar prueba de coraje? Ilustrando su punto de vista con historias de tratamiento, el autor aborda estas cuestiones cruciales para entender el compromiso que el Shiatsu requiere para ambos protagonistas: el practicante y el paciente.
Artículo publicado en la revista Pointers de la Asociación Australiana de Terapia Shiatsu, junio de 2022
Era un día de primavera gris y lluvioso como muchos otros en Bruselas, la capital de Europa, donde he ejercido el Shiatsu durante catorce años. Una de las tantas pacientes me contó su problema: no podía quedarse embarazada por segunda vez y se había embarcado en un proceso de fecundación in vitro por octava vez, sin éxito. Al oír esto, admiré su férrea voluntad de tener un hijo, pero al mismo tiempo no pude evitar pensar que si la naturaleza no le había concedido esa posibilidad, debía haber una buena razón. «¿Podría ayudarme con mi 9ª FIV? Estoy pensando en empezar dentro de quince días.” En aquella época era conocido por ser relativamente competente para ayudar a las mujeres a concebir. De un centenar de casos, 98 de ellos pudieron finalmente dar a luz y recibí certificados de nacimiento de cada una de las madres agradecidas, así que tengo un cajón lleno de todas esas tarjetas. Además, durante tres años consecutivos fui objeto de una tesis de diplomatura por parte de las parteras del Hospital Universitario de Saint-Luc, el mayor hospital de la capital. Entonces pedí a la persona que pospusiera el inicio de la FIV por dos meses y que viniera cada semana, para ayudarla lo mejor posible. Finalmente, consiguió quedarse embarazada y fue un gran momento de alegría para ella, pero un tiempo después se descubrió que el embrión se estaba desarrollando en la cicatriz del parto anterior. Los médicos decidieron abortar químicamente, lo que supuso un gran sufrimiento para ella. Después de un mes de llorar, ella volvió a sus intenciones y me pidió que la ayudara a preparar su décima FIV. Tras un silencio, le dije que no. Si la naturaleza no lo quería, no debía insistir y que el mayor coraje en este momento consistía en aceptarlo. Me insultó durante 5 minutos y se marchó furiosa después de tirarme el dinero de la sesión a la cara y escupir en el tatami. Yo quedé muy afectado.
Un mes más tarde, su marido me llamó para pedirme ayuda, ya que ella había desarrollado repentinamente un doble cáncer de mama que se estaba extendiendo como la pólvora. ¿Podría ayudarla a sanar? Mi respuesta fue, de nuevo, que no, pero que podía ayudarla a mitigar los efectos secundarios de la quimioterapia, que seguramente iba a recibir. Le extirparon los dos pechos y yo acudía a su cabecera cada semana para ayudarla a superar el dolor del tratamiento de quimioterapia. Finalmente se recuperó gracias a los cuidados del hospital y a su voluntad de lucha.
Un año después, volvió a mi consultorio pidiendo hablar. Se disculpó por su comportamiento y quiso contarme su historia.
«Vengo del campo profundo de un país nórdico. En mi familia había una especie de maldición por la que, en cada pareja, moría uno de cada dos hijos. Como sólo tengo una hija, pensé que podría morir y entonces no tendría ningún hijo. Debía tener un segundo hijo. Mi mejor amiga en Bruselas era mi vecina. En ese momento, yo ya llevaba años intentando tener un hijo. Un día, mi amiga vino, muy feliz, a decirme que estaba embarazada. Mi mundo se vino abajo. Le cerré la puerta en las narices y no quise volver a verla. Con rabia y desesperación comencé a gritar sola en casa y luego comencé a golpear mi cabeza contra el fregadero de la cocina, hasta que me la rompí y me desmayé sangrando. Quería morir por no haber podido proteger a mi hija de una muerte segura. Fue así como mi marido me encontró. A partir de ahí, pasé por una FIV tras otra. Yo no pude aceptar su negativa. Ahora necesito su ayuda para aceptar y soltar, porque esta historia me ha hecho sufrir desde hace más de 10 años”.
El valor de los pacientes
Escribo esta historia para hablarles del valor en Shiatsu. Tras más de veinte años de práctica, me he encontrado con historias humanas capaces de desarmarme, las más tristes y las más alegres. Pero, sobre todo, he sido testigo del coraje de los pacientes, del verdadero coraje. René Ouvrard (un autor francés del siglo XVII) dice en uno de sus libros (Courage à la romaine):
«El coraje sólo existe donde hay sentido común y no el arrebato irracional de un momento. En un arrebato, uno no puede realizar una acción brillante, pero el verdadero coraje requiere paciencia y renuncia».
Esto es exactamente lo que ocurre con nuestros pacientes. El primer coraje es venir a ver a un terapeuta del que no sabes nada y que no es médico. El segundo coraje consiste en hablar del propio dolor físico y luego del sufrimiento psicológico, en contar la historia íntima, familiar o profesional, la que duele. El tercer coraje es aceptar trabajar sobre los propios miedos, los bloqueos, las heridas. El cuarto coraje consiste en perseverar en el momento álgido de la terapia, cuando la duda y el sufrimiento hacen estragos. El quinto coraje es el de renacer y comenzar una nueva vida, con una nueva percepción de uno mismo. Cuánto coraje se necesita para despojarse de viejas pieles, viejos miedos, viejos hábitos. Como dice Forrest Gump en la película homónima: «La vida es como una caja de bombones. Nunca se sabe lo que se va a recibir”. Sabes lo que tienes, no lo que vas a tener. O en lo que te convertirás.
Pero esta valentía es la única manera de lograr la resiliencia, es decir, de tener la fuerza para superar un trauma. Todos los seres humanos de este planeta están llamados a sufrir, es nuestra suerte común con la enfermedad, la vejez y la muerte. Pero no todos los seres humanos tienen la fuerza para superar este sufrimiento. Y aquí es donde el Shiatsu es una herramienta de primera línea para aliviar a la gente. ¿Por qué es tan importante? Porque no es invasivo, porque no tiene efectos secundarios o éstos son breves, porque respeta todas las capas del ser humano y, sobre todo, porque no fuerza nada, no obliga a nada. Simplemente sirve de apoyo, como un bastón que se utiliza durante el tiempo que se tarda en curar, para atravesar un camino especialmente complicado. Y siempre a su lado, durante esta travesía, la presencia empática de un practicante que no juzga, que acompaña y libera.
El resto de la historia que conté es que la mujer se deshizo de su obsesión por tener un segundo hijo para honrar de alguna manera la maldición familiar. Su única hija es ahora una hermosa joven que estudia y su madre por fin ha puesto toda su atención en ella. Pudo volver a trabajar tras una larga recuperación y una reconstrucción mamaria. Desde entonces, como suele ocurrir después de un golpe así, se interesa por las terapias complementarias y se está formando en hipnosis y toque terapéutico. Porque luego de transformarte profundamente, te das cuenta de que las pruebas eran al final oportunidades que se te ofrecían para empujarte a mejorar. Finalmente, fue a ver a su antigua vecina para intentar reanudar la amistad que habían tenido y aceptó ver a su hijo.
El coraje de los practicantes
El gran maestro estadounidense Stephen Brown me dijo una vez que había dejado el Shiatsu y que sólo utilizaba la acupuntura, porque pensaba que el Shiatsu era «como ir a la guerra desnudo». Y es cierto. Los practicantes de Shiatsu estamos completamente desnudos ante el dolor, la enfermedad o los trastornos psicológicos. No podemos escondernos detrás de las herramientas, ni siquiera de una simple aguja de acupuntura. Sólo tenemos nuestras manos. Y nuestras manos sólo transmiten lo que somos. Hace falta valor para decirse un día: «Mira, voy a cuidar de los demás sin ninguna herramienta, sin nada más que lo que soy». No es un trabajo, es un acto de fe. Afortunadamente para nosotros, muy pronto nos damos cuenta, incluso como simples estudiantes, de que la técnica de Shiatsu es lo suficientemente potente como para obtener resultados rápidamente. Pero como nuestras manos sólo transmiten lo que somos, esto nos obliga a trabajar continuamente en nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestros conocimientos y nuestras habilidades. Y hacer esto durante toda la vida requiere un compromiso que a largo plazo exige un coraje a toda prueba.
Pero el mayor coraje del practicante es el que le permite acompañar el sufrimiento de los demás sin sufrir él mismo, ni ser insensible al de los demás. Es un equilibrio delicado de encontrar, que requiere un gran trabajo sobre uno mismo. A veces los pacientes nos obligan a escarbar en nuestro interior para encontrar recursos. Una vez traté a una mujer que había sido violada durante años cuando era adolescente. El psicoanálisis la había ayudado a comprender el alcance de su trauma, pero su cuerpo no la dejaba en paz. Todo tipo de síntomas siguieron afectándola unos 25 años después del suceso. En la primera cita, le pregunté por qué había venido. Inmediatamente entró en una terrible rabia y dijo: «¡Así que es así! ¿Quieres saber, quieres saber todo ya? Todos son agresores, todos los hombres son iguales. Y me contó su abominable historia de un tirón. La sesión le pareció maravillosa.
Para mí, sin embargo, fue el comienzo de una pesadilla. Empecé a rumiar esta historia, a quedar marcado, a perder el sueño y a perder el apetito. Sólo tenía dos opciones: interrumpir el tratamiento y remitir al paciente a un profesional más experimentado o buscar dentro de mí por qué estaba tan afectado. Con la ayuda de un amigo psicoterapeuta y otro practicante de Shiatsu, experimenté lo que se llama «una irrupción psicológica». En otras palabras, me habían desplazado de mi papel de profesional que quería ayudar a una persona, al de un hombre asociado a los hombres agresores. Este violento desajuste en mi papel como profesional no había sido la intención de la paciente, pero el daño estaba hecho. Si había sufrimiento en mí en relación con la historia de mi paciente, era porque había una falla. La combinación de psicoterapia y Shiatsu me permitió desbloquear rápidamente la situación y continuar los tratamientos manteniéndome sereno. Pero hizo falta, como con todos nuestros pacientes, el valor de adentrarme en mis recuerdos y heridas para volver a ponerme en mi papel neutral y empático de shiatsushi. Gracias a este trabajo personal, los tratamientos continuaron y la persona incluso se convirtió en una de mis estudiantes. Se graduó cuatro años después. No hubo ningún milagro, los recuerdos seguían presentes en ella. Pero fue capaz de convivir más tranquilamente con los hombres, de hacer proyectos e incluso de formar una pareja.
Si hay una conclusión para todas estas historias, es la siguiente: el Shiatsu es sobre todo una relación entre dos personas. Pero las relaciones humanas son complejas, apasionantes, enriquecedoras y llenas de desafíos. Uno puede sentirse desanimado por el inmenso campo del sufrimiento humano y las exigencias que plantea a los practicantes. Pero si uno encuentra el valor de sostener al prójimo y de confrontarse a sí mismo, entonces el Shiatsu se convierte en un hermoso camino que lleva a ambas personas hacia más luz y humanidad.
¡Buena práctica!
Autor: Ivan BEL
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Traductora: María-Elena Riva-Zucchelli